Teherán, 1 de noviembre
Esperamos.
Huimos de lo que nos hace daño, huimos del dolor. La
experiencia del dolor subyace en nuestro recuerdo posada con tanta o mayor paz
que las cenizas de un placer de cuyo calor sólo queda la constancia notarial
del mismo. La intensidad del dolor parece como querer darnos, junto a la
sensación extrema de la angustia, la certeza de su terminación y, con ella, el
gozo de la percepción del hecho concluido: la fiera enjaulada, el poder de
haber pasado por encima de los carbones encendidos, haber subido aquella pared
en donde nuestro miedo, como tiras de piel, quedaron prendidas para muestra de
nuestro recuerdo emocionado.
Nuestro espíritu sufre una emoción, una conmoción, vivimos,
estamos lejos de la certeza de todas las cosas y las cosas tienen capacidad
para producir vibraciones en nosotros. Nuestra mirada apática es el filo de la
guadaña rebanando a su paso nuestras posibilidades de generar sensaciones,
nuestro escepticismo corre tras la tenue amanecida de una esperanza para
aplastarle con su bota de campaña y reducirle al estado de una cucaracha
destripada.
Observar un espíritu de inocencia ¾duro trabajo de la madurez¾, abrirse paso más allá de la ciudad que cierra sus puertas
para engañarnos con los señuelos de sus infinitas ofertas; encontrar un poco de
cielo, el rumor del agua y fragor de las tormentas, el viento. ¿Por qué será
que todo termina en rodearse de los sonidos de la naturaleza, algo así como un
catalizador sin el cual las reacciones y el hervor de las emociones quedan
pálidas sobre el fondo urbano?
Emoción, dolor, sensaciones, placer, naturaleza: compañeras
de viaje...
Bahrein
Muestrario internacional de gentes. Seis horas de espera.
Se acabaron las lecturas. Apostarse con el cuaderno entre las manos y acechar
desde la aridez del páramo más allá de las nubes algodonosas, y el sol rasando
las montañas, y la arena apagada del desierto que atravesamos esta tarde. Pero
¿acechar qué? ¿qué clase de animal estamos acechando? Quizás quiera alzarme por
sobre lo plano y quiera esperar si llega algo de poesía, una metáfora, algo que
interprete mi tranquila indiferencia del momento en términos de movimiento, encuentro,
forzada necesidad de los interludios, camino de tránsito.
Sobrevolamos desiertos, vamos de un lado a otro del país,
del mundo como grandes gigantes apoyando nuestros pies en los pivotes que
sobresalen allende los desiertos, junto a los mares, en la confluencia de los
ríos. Nuestros pies apenas se humedecen en el agua salada, ni se seca nuestra
piel con el aire de las dunas; no atravesamos el mundo, sólo lo tocamos aquí y
allá con la punta de los dedos de los pies. La apariencia desde el aire de ese
desierto sólo sirve como fondo de una mirada distraída mientras ingerimos las
pequeñas menudencias de la comida que se sirve a bordo. El desierto parece el
mismo que puede producir placeres y sufrimientos incomparables, pero no, no es
el mismo el que vemos desde el aire, uno que está en el corazón y la vida del
que lo atraviesa; aquí, desde el aire su dimensión no es reto ni refugio de
anhelos y vivencias, es simplemente una sombra bajo nuestros pies de
duraluminio.
¿Quién puede imaginar subido en este artefacto con un pie
en Teherán y otro en Bahrein las experiencias que se pueden acumular allá
abajo? También en ese espacio que media entre la altura del vuelo y la arena de
abajo aparece en algún lapsus del viaje un espacio a recorrer, una experiencia
a la que no llegué. A veces puedo imaginar todavía esos vuelos en espiral del
parapente que un día me sorprendieron en las Dolomitas de Cortina. Placeres de
pájaros y aves rapaces planeando en la calma del aire.
Y volvemos al principio, acumulación de sensaciones, la
emoción anclada allá donde la naturaleza se expresa con plenitud, allá también donde
nosotros adelantamos un pie para encontrar un camino incierto e inseguro en la
vastedad de las posibilidades que nos ofrece la vida.
Alegoría del esfuerzo, de las islas que quedaron entre dos
vuelos esperando que nuestras prisas se remansen, del reto que debe estar
presente sin falta en nuestro afán para que no sea nuestro movimiento pobre
reflejo de ese avión que sobrevoló hoy las tierras áridas de Persia.
Pero al acecho de esta tarde le salen sólo presas conocidas
de ayer y hoy. El presentimiento de que no estoy preparado para cazas mayores,
la convicción de que voy a tener que bregar mucho, cavar mucho más hondo si
quiero encontrar que mi paseo de palabras, mi escritura cimbreante, encuentre
caminos convincentes, abra nuevas puertas, explique algunas conexiones. Para
que la escritura sea, se pueda decir que hay inteligencia en ella, no debe sólo
ser expresión de lo inmediato; debe dejar de ser sólo descriptiva para
convertirse en interpretadora de la urdimbre de nuestro ser, debe saber
encontrar las conexiones importantes de esta red y dar expresión poética y
vital a cada uno de los rincones que se manifiestan en nuestro vagar diario
desde el alba al ocaso.
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