Rawalpindi, Delhi, Jaipur, Ahmadabad, Calcuta


Skardu, 1 de septiembre 


Compramos billetes para volar desde Skardu a Rawalpindi, pero por la mañana, después de esperar un par de horas en el aeropuerto aguardando a que las condiciones metereológicas cambiasen, el vuelo se suspende defitinitamente. Nos toca descender en autobús por el abrupto valle del río Indo.
Estoy hundido en las idas y venidas de Torrente Ballester, por los personajes y hechos de sus novelas, absorbido en la lectura, en mis esporádicas anotaciones, como quien está en casa, en la biblioteca, en la cabaña; y levanto la vista y descubro la calle polvorienta, el olor rancio del líquido de una caja de cambios, y me sorprendo de estar en una especie de garaje, que llaman waiting room, en un lugar remoto de Pakistán. Es de agradecer esta facilidad temporal para aislarme en cualquier lugar en torno a lo que me dice un libro o lo que voy pensando o escribiendo. Ni siquiera esta nube de moscas que me rodea son una molestia excesiva.
Lo último que leía estaba relacionado con la compra de una casa que hace T.B., con los gastos en estanterías para tener reunidos todos sus libros, con la espera de un cuarto agradable que está haciendo, un lugar para trabajar. Y recordé nuestra casa, nuestros espacios, las grandes posibilidades de El Chorrillo. T.B. mira escéptico esa adquisición que terminará de pagar a los ochenta y dos años, a los que no espera llegar por otra parte.

Camino de Rawalpindi, 2 de septiembre 


Amaneció con un desprendimiento en la carretera. Esperamos. Hay una larga fila de camiones y autobuses, muchos de ellos parecen llevar aquí muchas horas; extendieron sus petates en la carretera y se echaron a dormir. El Indo corre en el fondo del barranco. Impresiona la velocidad con que manejan los conductores este cacharro al borde del precipicio. Paramos a cenar en un lugar que perfectamente podría pertenecer al  siglo X, jergones que hacen de asiento, montones de tíos, siempre los chapatis, platos de dals y carne picada. Se come con las manos, se bebe de un cuenco común de barro. Un muchacho atiende diligente a todo el personal. Seis rupias la cena (unas veinte pesetas), incluido el té con leche.


Rawalpindi 3 de septiembre

 

Rawalpindi

Facturamos treinta y un carretes de diapositivas con unos madrileños con los que nos encontramos ayer, escribimos, leemos, damos un paseo por Islamabad y su mezquita, compramos unos quilos de libros. La sensación de que vivimos demasiado deprisa. Como siempre, la compra de libros, levanta nuestra voracidad lectora.
El suelo de la mezquita era un espejo de mármol.

 

Wagha (frontera indo-pakistaní), 4 de septiembre

 

Una librería de viejo en la frontera, libros de viaje sobre todo. Probablemente no hay en mil kilómetros a la redonda una librería más surtida y más útil que ésta.
En la habitación no se puede vivir fuera del chorro de aire que manda el ventilador. Hay que meterse continuamente bajo la ducha para aliviar el calor.


Arimtsar, 5 de septiembre 


Diversidad plena de gente. Según avanzamos me siento más lejos de Europa, lentamente, como quien va perdiendo un paisaje en el continuo alejarse de un tren. Las caras que se van incorporando, las costumbres, las creencias, los modos de vida. Lo que veo invita a la reflexión. El fanatismo y el primitivismo de algunas manifestaciones religiosas sigue siendo un interrogante a resolver.

Arimtsar-Delhi

Se ha llenado el vagón de colorido y gente: mujeres, niños, hombres. No dejo de mirar con enorme curiosidad a las mujeres, destocadas, alegres, vistiendo esos saris tan coloristas y animados. Es un alivio ver mujeres después de nuestro paso por Pakistán, poder mirar y ser mirado sin problemas. El vagón se ha llenado en la primera parada. Me siento metido de rondó en esta comunidad nueva que reposa sobre planteamientos de vida muy distintos a los míos. Ha desaparecido la seriedad de los hombres de Pakistán.

Llueve, se prepara la tormenta. Siento una intensa emoción metido dentro de este vagón de segunda que se ha oscurecido bajo una techumbre de nubes pesadas y oscuras.
El campo está bello, neblinoso, llueve. En la estación hay dos cuerpos de muchachos desnudos, inmóviles sobre el cemento, la lluvia les cae directamente sobre la cara.
La emoción vino sola, se congregó con la venida de la lluvia, con el estar aquí en un hueco de esta sociedad que de tantos años atrás llama mi atención.

 

Delhi, 6 de septiembre 


Esta gente de los Tourist Booking Office puede llegar a quitarnos el gusto por esta ciudad, es un acoso despiadado. Hay muchas cosas que decir sobre Delhi, pero quizás casi todo está dicho en otros lugares y en otros años. Tengo la impresión de correr el peligro de secarme, también de que me espante la gente que se nos acerca, que me aburren, que buscan comisiones, que están a la caza del turista. No es ambiente para mirar sosegadamente alrededor, en ese alrededor pululan miles de freelancers que van a por ti en todos los momentos del día, lleva tiempo la tarea de quitártelos de encima. La abundancia de las joyerías sigue siendo un paradigma en este pueblo de paradojas.



Mi escepticismo ha crecido desde mi visita a la India en el año ochenta y cuatro; me cuestiona esta gente que tiende la mano, que muestra los muñones o la desnudez de un crío pequeño. Estoy lejos, algo cansado por el acoso, me falta la frescura de la mirada. Los ratones corren como Perico por su casa en nuestra habitación, tan pronto asoman por lo alto del paraguas, que extendimos a secar, como se meten en mis botas y miran con los ojos saltones desde el empeine. Bueno, y las hormigas... ¡joder qué lugar!. Desde la terraza todo es feo y gris, la calle está embarrada; la terrazas a medio hacer, caóticas, son un mundo de basura y trastos viejos.
Dentro de tres horas llegan Lucía y Quique; la Gorda viene con una aguda ciática encima.
Quizás tendríamos que hacer una incursión fuera de las principales rutas turísticas. Me produce cansancio sólo pensar que voy a tener que soportar el acoso y la caza del turista.



 

Delhi. Modern Gallery of Art, 7 de septiembre 


Me sucede con frecuencia visitando galerías de arte: ver pinturas, retratos, gente, estampas de otra época me aproxima a otros mundos de una manera particular, las distancias se acortan, las circunstancias se hacen familiares. Observo corrimientos, acercamientos en mi percibir la cosa humana, pero no sé expresarlo. Comúnmente la gente que vivió hace muchos años, siglos, parece como disecada y ausente en una tierra de nadie, que si existió está tan distante como si fuera cosa de otro mundo. Las conexiones, aunque asumidas conscientemente, son sentidas como extremadamente alejadas.







Delhi-Jaipur, 9 de septiembre 


Algo que ver con mis comeduras de coco: "La mayoría de las personas son infelices y están inquietas porque no usan el corazón para disfrutar las cosas, sino que usan las cosas para regocijar el corazón" Lin An.




Old Delhi, 9 de septiembre 


Ha sido imposible hacer un poco de vida tranquila. Sudamos a la espera de que el tren parta hacia Jaipur. Acabamos de despedir a Quique y Lucía que marcha hacia Agra. Va a ser difícil ralentizar este viaje, por una razón u otra nos vemos obligado a estar en continuo movimiento.
Huimos casi de Delhi, huimos de los buscadores de pelas, de los atosigadores de todo tipo, del tráfico. Hace dos noches hablamos en la terraza del hotel con el dueño del hotel y un amigo suyo hasta las dos de la mañana. Fue una velada grata centrada en temas religiosos y en el antagonismo que tienen los hindúes con el mundo musulmán.
El tren pasea una muy discreta velocidad por las afueras de Delhi. El pintoresquismo de la India parece que pueda llegar a límites insospechados, atravesamos toneladas de basura junto a centenares, miles de chabolas. Miro con bastante indiferencia todo esto. No hay en ello ni pizca de lo que puede traernos aquí. Observo también con escepticismo esa iconografía de dioses de feria. ¿No hay ninguna conexión entre esto y aquello? ¿No se alimenta la miseria de los detritos de la cultura, del pensamiento?





Hoy que lo extraordinario se diluyó, o a lo sumo se hizo pan de cada día, que vino Lucía, que marchó (levanto los ojos, llovía, escampó, atardece, se llena ambiente de una bella luz dorada, vuelve a llover), que leemos continuamente a Mario y a Guille, hoy, no tengo la impresión de que este periodo de tiempo sea mínimamente novelable . La vida pasa deprisa e intensa, quizás esto de escribir sea cosa de periodos más tranquilos... Hoy la vida es cosa de ver, mirar, aprender, intentar comprender; parece que no tiene sentido buscar una historia donde lo que veo es una grata cotidianidad  que no tiene los sobresaltos ni la intriga que requieren los argumentos para captar la atención y mantener el interés. Coñazo sería contar sobre la burocracia de las embajadas o sobre el atosigamiento de la caza de turistas.




Jaipur, 10 de septiembre 


Once de la mañana, Victoria se ducha, por la ventana se ve una pulida piscina, el ventilador emite un tranquilo siseo y levanta las hojas de mi diario. El tiempo vuela. Pasamos la mañana programando los días que siguen: tenemos que salir pitando para Calcuta si queremos llegar a tiempo para encontrarnos en Katmandu con Lucía y Quique, donde prevemos una larga caminata juntos de una semana por los valles del Daulaghiri en Nepal.
Me gusta esta ciudad, la ciudad rosa.



 

Ahmadabad, 12 de septiembre 


Estamos en el tren desde las ocho de la tarde de ayer. Conseguimos adelantar la conexión con Calcuta, que en principio era para mañana. Nos esperan dos días más de tren.
Leo La metamorfosis de la flor de loto de Tichy. Recuerdo un e-mail de Mario desde Calcuta, cuando contaba sobre aquellos doscientos jóvenes del voluntariado. Noto, atravesándome ligero, pero firme, un pequeño nudo en la garganta, se me humedecen los ojos. Hoy es más débil, pero ahí está, lo provoca ese empeño anónimo de gente que trabaja en el mundo por una clase de necesitados sin remedio. ¿Es una llamada, un interrogante, un recurso biológico? ¿Es el reconocimiento de que los resortes del ser humano esconden mecanismos internos insospechados? ¿Realmente velamos unos por otros en algún recóndito lugar de nuestro ser?


Camino de Calcuta, 13 de septiembre 


Amaneció fresco, cubierto, continuamos atravesando la llanura norte de la península del Decán. Árboles, cultivos dispersos, siempre un llano verde ligeramente inundado de agua.
Esto es esos viajes en tren que imaginamos tantas veces, el permanente movimiento junto a la calma tranquila de disponer de todo el día para mirar, leer o dormir. Caer dormido acurrucado por el balanceo y  el traqueteo, despertarse con el ruido de los raíles o el paso de las luces por la ventanilla, desperezarse observando el cielo y el paisaje que pasa. Entra un empleado ¿breakfast? Todo a punto, y, además, la capacidad de admirarme de la frescura y la normalidad de estas cosas siempre las mismas.
La vida en el vagón de al lado no es, sin embargo, la misma, los billetes cuestan diez veces menos pero también se viaja diez veces peor, los viajes que ya hemos experimentado en China.
Leo en Tichy sobre Sikkin y Darjeling, Katchenjunga. Deberíamos haber pensado en dedicar algún tiempo a estas zonas de jungla y montañas. Mis adjetivos tienen un techo, no puedo decir encantamiento, valles de encanto porque aquello ya pasó hace mucho tiempo, desapareció cierto halo romántico de la realidad. Sin embargo la naturaleza sigue ahí aunque yo no me atreva siempre a nombrarla, o a calificarla; la belleza neta, las formas atrevidas, los glaciares vistiendo las montañas de elegancia y salvajismo continúan su existencia imperturbable. En esto las cosas no han cambiado. Lo que ha cambiado es esa manera de mirar que acompañaba al descubrimiento del mundo de los veinte años.
El verde intenso de la mañana brilla en los campos de cultivos, son los recuerdos de los verdes invernales de Asturias.



Por la tarde. Es difícil sustraerse a la belleza del paisaje. Miro los ríos achocolatados, los charcos junto a la vía, las montañas cubiertas con retozonas nubes, los matices de verde sobre los que crecen aislados bellos y robustos árboles.
Echo un vistazo a las junglas y a los valles de Tichy, no me atraen especialmente los lugares, es la forma de vida la que tira de mí. Leyendo me siento viajero de segunda o tercera, someramente piso un trozo del camino que otros hicieron hasta arriba hace ya mucho tiempo. Es un toque de atención, ahora es fácil viajar por todo el mundo. También la recompensa es menor. Es engañosa esta convicción de poder llegar a casi todos los sitios, vemos apenas el reflejo de unas montañas, de una selva. Nuestra comodidad y esos manidos hábitos burgueses nos maniatan sin remedio.
También es cierto que uno está donde está en buena parte en razón de su fuerza y de la organización de la energía disponible. La misma imposibilidad para aprender inglés con fluidez se traduce en limitación para otras cosas. La observación del mundo entero, de aquellos que fueron santos, valientes o suficientemente constantes, debe estimular nuestro ánimo más pequeño hacia metas que están en nuestra posible trayectoria.






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