Shiraz, 19 de octubre
El visado conseguido en
Delhi se nos acaba. Conseguimos otro en Shiraz, pero sólo para ¡cinco
días! (¡qué coña de gente!); también obtuvimos un billete para
Londres y después Cork, en Irlanda, donde pasaremos una semana con nuestro hijo Guille antes de regresar
a España.
Así que mañana de gestiones y después dos horas de Internet para leer el
correo y escribir; siguió un largo paseo y una bronca final con el tío que
nos cambió unos dólares.
Había
once mensajes en nuestro buzón. Es reconfortante, leemos con emoción
montones de cosas, nos da pena no poder contestar; seguir el hilo a
tantos temas, nos llevaría horas, bebemos a sorbitos este montón de
palabras. Proporciona una gran serenidad pensar en esta relación con
nuestros hijos. Vibramos todos con fuerza, parecemos gente viviendo
bien dentro de nuestros pellejos. También el clima familiar tiene un
pulso robusto.
Hay
que viajar más despacio por la vida.
Miro
la foto de los cinco bajo el arco de la biblioteca, Berta estira la
cabeza, yo acabo de apretar el disparador de la máquina y espero,
ausente, a que el diafragma haga plaf. Es una buena foto de familia,
nuestras miradas y las de ellos son bien distintas. Por la izquierda
se sale al jardín. ¿A quién miran con tanta fuerza estos chicos?
Nuestro
lugar común está ahí, espero que hasta que nos toque marcharnos.
Sería un pecado irse a vivir a otro lugar, más ahora que todos
alabamos las bondades de nuestra casa. La casa de los cinco, de su
gente, ahora de los padres de su gente también. Es lindo. Iremos
añadiendo algunas cosas en el futuro, ventanas al crepúsculo,
sombra a la cabaña, una pincelada rústica quizás, espacios para
mejor ver las cosas de la vida, sosiego suficiente para centrarse en
lo importante y decantar la estupidez de lo efímero y anodino.
Amasar con las manos nuestra propia creación, componer nuestras
percepciones sobre el papel o el celuloide, seguir el rastro de los
visionarios de todo tipo. Mantener el fuego del hogar, aventar la
llama de nuestras relaciones y de nuestra individualidad,
proporcionar medios, vivir el día y mirar de reojo el futuro y no
perder la visión de conjunto.
No,
no tengo ganas de leer, miro como se encienden y se apagan las luces
de un establecimiento de la esquina. No sé si voy a recuperar las
ganas en los próximos días, estoy lejos de la literatura india.
Subo al hotel a la tarde con ganas de tumbarme, creo que son ganas de
regreso ya. Pienso mucho en casa. Quizás todavía el otoño
irlandés, esas nubes verticales y ese naranja que alguien pinta por
la mañana en un extremo del cielo y por la tarde en el lado opuesto,
que dice Guille. Juego de luces, niebla, agua, colores de otoño,
interludio hacia el vuelo final de esta aventura de los principios de
los cincuenta.
Mi
chica dice que está bien, que acabe este cuaderno con ella: ¡tres
páginas!, pues no sé, a ver ¿qué digo? ¡eh! ¿qué digo? Me meé
en los pantalones (el otro día te cagaste en el autobús, dice mi
chica. ¡Qué cosas dice mi chica!, ya no dice aquello del pipí
cacá, ya se ha hecho mayor y dice: te cagaste. ¡joder, hasta dónde
vamos a llegar!) y como no hay repuesto me puse una falda: no está
mal esto de la falda, los muslitos juntos, suavecitos, es una prenda
muy erótica; pero tendría que depilarme las piernas, otro rollo
(como dicen los chicos de El Chorrillo). Antes medio hombre, si ahora
le añadimos la falda ya no sé que va a quedar. Me gusta esto de la
falda, puedo practicarla en las siestas de primavera, seguro que me
repara algún rato exótico allá por debajo de los vuelos.
Shiraz, 19 de octubre
Carta
a casa
Estamos
de prestado en una universidad de una ciudad al sur de Irán, Shiraz,
no sabemos el tiempo que podremos utilizar este ordenador, así que
hasta donde la amabilidad de unas universitarias llegue. Estos días
hemos viajado en el tren más lento del mundo, 36 horas para 700 km.,
nos arrastramos por Pakistán lentamente, pero era bello mirar sin
prisa por la ventana. Tanto pensar en regresar a Madrid pasando por
Irlanda ha despertado en nosotros una tensión que en definitiva ha
venido a transformar nuestra expectativa de viaje, de manera que
vamos a cambiar Georgia y el Cáucaso, por una estancia más
tranquila en Cork y sus alrededores. Esperamos que todavía allí
haya rastros de otoño. Os adelantamos que el día dos de noviembre
aterrizamos en Londres, después de un vuelo circular Teherán,
Bahrein (en el Golfo Pérsico), Londres. Sí, colores de mañana y
tarde; el último taxista nos tenía por locos cuando le dijimos que
a las cinco de la mañana en el hotel, que queríamos ver las rocas
de Persépolis pintadas de naranja; después nos dijo que en cuatro
horas estaba visto todo Pasargada, Persépolis y Haghefe-e Sagri,
todavía nos miró más raro cuando comentamos que de cuatro horas
nada, que también queríamos ver el naranja en el otro lado...
Shiraz, 19 de octubre
Segunda
entrega. Al sur de Persépolis.
APUNTES
DE VIAJE. Saliendo de Pakistán ¿Qué camino recorren las
percepciones, cómo provocan sentimientos o pensamientos dispares?
Sin necesidad de actos concretos a veces basta una mirada, una
postura, para despertar nuestra afectividad o nuestro rechazo.
¿Cuántas cosas se le van presentando a esta percepción en su
camino? ¿El propio orgullo, el análisis social, el grado de
cansancio ante una civilización, unas costumbres, educación,
cultura que chocan con la nuestra? En Pakistán hay un 25% de
alfabetización, un 15 entre las mujeres. En el departamento del tren
viaja con nosotros una familia, pareja con dos niños entre tres y
cinco años. Por la noche el padre atendía cuidadosamente a sus
hijos bajando y subiendo a las literas, llevándolos al servicio,
mientras la madre dormía. Me gustaba. El extremo opuesto de la
calle. Cuando un vendedor de calle se sienta enfrente de la puerta
del compartimento la cierra sin consultar a nadie, la abre de nuevo
cuando se ha ido. A la hora del desayuno se aposentan tranquilamente
ocupando el espacio del iraní que ha bajado a pasear al andén. Veo
en la mujer, y también, aunque menos, en el hombre un gesto de
suficiencia desagradable. Somos de aquí, de un país con armas
nucleares, buenos frente a los malos indios, no sabemos leer ni
escribir pero no importa, tenemos claro que Cachemira es nuestra, que
somos musulmanes y llevamos razón en nuestras creencias; mujeres
hermosas bajo sus fundas de saco de patatas, libres recluidas en las
casas de sus esposos, felices (?) de que las hayan salvado del
oprobio en el que vive la mujer occidental; no importa que los trenes
sean los mismos que utilizaban los ingleses y que estén en la misma
situación en que los dejaron, ni que la mierda brote por doquier en
las ciudades, somos musulmanes, no nos gustan los saris, esos saris
multicolores que iluminan las calles y los campos llenos de la misma
basura, mucho más hermoso una tela oscura que cubra por completo esa
posesión exclusiva nuestra mientras las estaciones, los paseos de
los pueblos, los establecimientos están llenos de hombre solos, que
hablan desde la seguridad viril que les proporciona sentirse dueños
de lo que les rodea y de estar en la verdad, hombres que pasean
cogidos de la mano, que se abrazan tiernamente porque son así de
cariñosos y ¿quién sabe si porque sólo conocen a esa mujer que
tienen guardada en casa? Bella porque está oculta, feliz porque está
a salvo de peligro de la vida que pulula fuera de sus cuatro paredes
de adobe y de tela; ni siquiera ha tenido que molestarse en decidir
en qué lado de las paredes quiere estar. Revoltijo de sensaciones e
ideas sobre un país que parece ir hacia abajo sin posibilidad alguna
de salvación. Mientras, un extraordinario paisaje de arena, pequeños
oasis, ocres, verdes, grises, bajo un cielo uniformemente azul.
PLEGARIA
DE HACE UNOS DIAS ENTRE LAHORE Y QUETTA Siempre hay la fuerza de los
retornos, el de hoy, o las hubo, y cuando nuestro corazón vivió
mucho se secó, especialmente este manantial de retorno que brota
hoy, y es como si el encadenamiento de algunas palabras, que quizás
no tengan nada que ver con esos campos a los que nos hacen regresar,
tuviera la fuerza milagrosa de dejarnos ante las puertas del jardín
de Wells (La
puerta en el muro)
con la certeza de que mas allá encontraremos la prolongación de ese
perfume que a veces quedó trabado en un laberinto de expectativas,
entrevistas pero inalcanzables.
Tras
el nombre de Persia hoy no hay el hilo de ningún perfume; no siento,
me sorprende la prosaica continuación de este viaje. Algo de polvo,
un velo de esperanza se entrevé en algún momento, pero no son
tiempos de poesía ni de devociones... ¿o sí? La pátina de lugares
lejanos, la voz del muecín en las arenas del desierto, el sabor de
la sandía fría y el té caliente, y el aroma de la hierbabuena
quizás sean todavía capaces de alzar todavía ese velo de misterio
y calor con que se cubrían las ciudades perdidas del desierto
saharaui a la caída de la tarde: oraciones, tibieza, la inmensidad
de las dunas, las cúpulas, los minaretes contra el cielo azul del
mediodía. Debía haber venido a Persia con un fajo de poesía bajo
el brazo, suscitar el misterio, instigar a los hados para que el halo
amoroso de la espera se inflamase en la amorosa expectativa de las
formas femeninas de una mezquita columbrándose poco a poco en la
arena del final de la tarde (¿alguna vez podré volver a respirar
los restos aventados de trigo en algún pueblo de Castilla, mientras
a lo lejos alguna campana rompa levemente entre el vuelo de los
vencejos? ¿podré retornar a esa emoción contenida del desierto
plagado de plegarias?)
Desde
nuestro tren de tercera, a la luz de la vela que refleja la frágil
bombilla del compartimento convoco a los dioses de los nómadas para
que nos concedan el don de la emoción contenida que tan pródigamente
derrocharon sobre mí en los años en que el tiempo era infinito y la
muerte no existía, en los tiempos en que era hermoso rezar y
tumbarse a oír los grillos y contar las estrellas. Me postro ante
ellos a las puertas de Persia; que me sean propicios no más, que las
poesías que no leí, que el vapor etílico de la copa de Omar
Khayyan colmen nuestro espíritu de las bondades y de la poesía de
este país. Amén.
EL DESIERTO DE NUEVO. Una
lámina de polvo cubre todo el comportamiento, la respiración se
hace molesta. La lectura me cansa los ojos, me empapuzo de Irán,
pero no encuentro el espejo del desierto en lo que leo (el R4 rodando
por el desierto argelino), aparecen colinas peladas, junto a la vía
vemos camellos guiados por mujeres, también sombrajos fabricados con
mantas y ramas, restos de casas de adobe con sus corralillos igual
que en Argelia, unos pocos árboles polvorientos.
TAFTAN. Todavía me duran
los sofocos de la cagalera: parada de emergencia de autobús a las
cuatro de la mañana, cagada en el autobús y dos más en plena
calle. Uff, todavía me tiemblan las piernas.
IRAN.
Pusimos buen pie en Irán, recorrimos los ochenta y tantos kilómetros
a Zahedán en la caja de una camioneta. El sol alto, pero todavía
con rastros de luz de mañana. Vamos demasiado deprisa, los esquistos
de las lomas brillan al sol, a la derecha las montañas, y la arena
me traen recuerdos de San Pedro de Atacama y también del desierto
del mar Rojo que corrimos con Guille durante unas Navidades. El medio
del desierto es cortado por una carretera rápida en buenas
condiciones. Es bonito ir sentado a la ventolera, despabila nuestro
sueño nocturno, ese mismo que ahora trato de tener a raya con pocos
resultados.
SHIRAZ.
En Pasargada quedan cuatro o cinco piedras. Naghsh-e Rostam es otra
cosa. Las figuras humanas posando sobre la base de los relieves
magnifican las proporciones de las esculturas; las tumbas son una
anécdota en medio de este ingente trabajo de talla sobre piedra. La
megalomanía de grandeza de Ciro el Grande (un bajorrelieve en
Pasargada muestra animales y peces con la leyenda en tres lenguas,
que recuerdan su poder sobre todas las tierras y los mares) y todos
sus correligionarios consigue el efecto de hacer insignificantemente
pequeñas las figuras de los viandantes que se asoman a contemplar
los bajorrelieves.
Las
cosas dejan huella en nosotros, las cosas, la gente, el tiempo, la
acumulación de realidades, las sombras de las religiones, la
clarividencia de nuestra pequeñez, la certeza de la relatividad de
todos los conceptos, de todas las ideologías; todo ello junto habla
al unísono en nuestro interior, con sosiego penetra la epidermis;
una presión osmótica imperceptible produce el milagro de
transportar a través de nuestros capilares más sensibles toda esta
avalancha de sensaciones para instalarlas con una impasibilidad
búdica en medio de nuestro ser. Esa es la condición de estos días.
Que trataré de conservar, que trataré de retener. Lo retengo como
un rédito de este vagar por el mundo. Quizás también provenga de
la larga contemplación del campo mientras los trenes y autobuses se
iban comiendo miles de kilómetros. Grato modo de meditar, estado
contemplativo por excelencia el de mirar y recrear las formas sobre
el fondo neutro y vacío de una receptividad sabática y ociosa.
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