Delhi, 9 de octubre
Viajamos
en un tren de esos de gente bien. Los rostros han cambiado, nos
dirigimos al Punjab, de mayoría sikhs, hablan inglés entre ellos,
muestran aspecto distinguido.
Hoy
amaneció sobre el tren que hacía el trayecto Agra-Delhi. Tenía
sueño, dormí mal, pero era placentero viajar a esta hora
comprobando como el día se iba abriendo como una flor de extrema
palidez. ¡Qué gusto, viajar solos en el compartimento, tomar café
con leche, mirar y no tener ninguna ganas de leer porque dentro de
uno hay como un fraseo mañanero que se cuela por las rendijas del
cuerpo para tonificarlo y darle la tibieza propia del momento
perfecto, ese que uno no busca pero que se encuentra en la gratuidad
de un limbo sin hora! Y qué pena llegar a destino y tener que salir
del confort de la mañana al ruido y al acoso de la estación de New
Delhi.
Vivimos
en el ámbito de la espera. Consumimos ya casi los cincuenta días de
estancia en estos países del sudeste asiático, es hora de cambiar
de países, de gente, de hábitos, de paisaje. Vamos hacia la tierra
de los desiertos, hacia Persia; cuando nos cansemos de desierto
podremos subir hacia las montañas, hacia el Cáucaso.
Nuestro
tren de lujo circula apaciblemente, indiferente a los arrabales y su
miseria, derrocha una calmosa velocidad durante la primera hora. La
India de los últimos días ha desaparecido tras el velo de aire
acondicionado. Los habitantes de aquí llevan imponentes turbantes
sikhs y lucen viriles barbas y poblados bigotes; leen periódicos
ingleses y muestran una actitud resuelta y operativa, se les
distingue fácilmente de sus congéneres los hindúes.
Delhi, 09 de octubre
Semanas
antes habíamos, cuando salimos de Delhi camino de Jaipur, habíamos
dejado en el hotel un buen número de libros y algunas cosas que no
necesitábamos. No tendríamos que pagar nada, nos dijeron. Sin
embargo, a la vuelta, ya nos tenían preparado el sablazo. El asunto
es que yendo por Main Bazar vimos a unos polis que se metían en un
hotel, entramos y les contamos la historia; nos preguntan que de que
hotel se trata (gente conocida, ¡amigos vamos!); la contestación
del recepcionista y del poli, conchabados ya nada más vernos y
conocido el hotel, es que es normal cobrar 100 rupias por día para
un paquete (?). Les miramos con sorna y pedimos la dirección de la
comisaría. El resultado no se hizo esperar, nada más llegar nos
recibieron con una amabilidad que no dejaba lugar a dudas de que
nuestra intención de pasarnos por la comisaría había dado
resultado: amabilísimos. El amiguete del otro hotel ya le había
dado el cante de nuestras intenciones.
Lahore, 11 de octubre
Entramos
en el hotel a las ocho de la tarde después de un día de vagabundeo
al completo. Día apacible, luz de tarde propia de un paisaje de
mercados y mezquitas. Es difícil imaginarse un país árabe embutido
en el frío del invierno.
Tres
mezquitas, la última, Wazir Khan Mosque, una preciosidad en mitad
del mercado: la última luz de la tarde cubría de una tonalidad
cálida los rojos desgastados de las fachadas. Después más mercados
y las calles siempre rebosantes de gente y vehículos.
Terminé
con Arundhati Roy, El
dios de las pequeñas cosas; las
últimas páginas han dejado un hilo de emoción temblando en el
aire.
Lahore, 11 de octubre
Es
domingo, los sikhs madrugan, comparten el praga (también con
nosotros, una especie de dulce de sabor agradable), cientos de
practicantes desfilan por esta suave mañana bañada en reflejos de
mármol y oro. Piadosos y gentiles. Miro sus rostros, son la piedad y
la devoción sentida del poderoso. Encuentro pocos rostros anodinos
en este paseo matinal, tienen el aspecto de una raza fuerte. Y nos
vamos a Paquistán, a ver qué pasa con los chorizos de la aduana.
Hace un mes: amigos de toda la vida, brazo por el hombro, my
friend, how many dolars do you have?
(?)...Ya: ¡caímos...! pelas, lo de siempre, tuvimos que mandar a la
mierda a los aduaneros mierda, nos deshicieron el macuto, tuvimos que
vigilar intensamente para que no nos metieran ninguna mierda entre el
equipaje; mafia a tope. Así que de nuevo, a ver la jeta a estos
chorizos. Debemos haber adquirido ya don de gentes (contamos ya 18
fronteras atravesadas); el caso es que de nuevo en la frontera,
empezaron con el mismo rollo (meten a los que atraviesan la frontera
a pie -un kilometro, no hay vehículos- en habitaciones distintas y
allí maquinan), casi no abrimos la boca, los miramos con cara de
bostezo, quizás nos reconocieron (esta frontera no la debe de
atravesar mas de 15-20 personas al día), hicieron un atisbo de
seguir adelante pero desistieron.
El
panorama hotelil de Lahore es asombroso, la mayoría de los hoteles
(Lonely
Planet sais)
roban; a un tío mientras se duchaba y con la puerta cerrada, a otro
mientras dormía, etc. Una pagina de casos y hoteles así. Elegimos
uno con reputación algo más honrada, siempre la Biblia-Lonely
Planet al canto. Un tío que nos cambia dólares al mejor precio,
whitdout
charge
(que le demos los dólares, dice, y comenta que se va, que dentro de
media hora vuelve -je, je....-, que nos saca los billetes de tren
gratis por las tres cuartas partes de los precios de taquilla (duros
a peseta) para los trenes que queramos y cuando queramos (joder...
mira que hay que ser crédulos en este mundo). Vamos, que por la
noche entramos en la habitación y después de inspeccionarla
encontramos que en la cerradura hay un clavo cuya única función es
impedir que tú puedas bloquear la puerta por dentro. Es difícil
encontrar algo más apestoso. Ah, nos venden la habitación: grande,
baño, etc. y AIRE ACONDICIONADO. Al poco rato, cuando hemos pagado
el día vamos a decir que el AC no funciona. Sube un empleado, su
cara dice: ¡claro!, este trasto (un metro cúbico), dejó de
funcionar en 1492... Je, je... Nos divertimos mucho, palabra.
Mientras
escribo esto en pelotas, como es habitual, llaman a la puerta, me
pongo una toalla y salgo (es una manera de echar al tío que llama,
pero...) . El no
charge
esta ahí; pobre hombre, we
don't need any more,
tenemos billetes, dinero y además estamos felices y contentos: pies
pa que os quiero, ya nos hemos quitado otro muerto de encima. Pero,
mientras tanto esta noche atrancaremos la puerta con los sillones,
una mesa pequeña, otra grande y desencajaremos un puerta para ayudar
al conjunto. Quizás pongamos campanitas por si acaso. Ya hemos
revisado el techo por si tiene alguna entrada disimulada. Esta
gentuza es capaz de gasearnos. No presumamos demasiado, no vaya a ser
que un día de estos salgamos desplumados.
¿El
tren a Quetta (en las cercanías de la frontera Iraní)? ¿Qué
cuanto tarda? Bueno, no sé, nos dicen, 27 horas en adelante (?) La
Lonely Planet advierte de que unos viajeros después de 48 horas se
bajaron y tomaron el autobús... je, je... lindo Pakistán).
Las
fotos se repiten, montones de bichos volando, un sol gordo a lo Hardy
ventoseando
sobre el naranja perfumado, las cúpulas, atardecer Kodakrome a
tope... pero hermoso... hermoso el sol desfalleciente sobre un
horizonte en donde las montañas fueron sustituidas por la
reiteración de las curvas y la armonía de la arenisca roja y el
mármol. Bueno, pues eso, que me bebí el crepúsculo como quien se
bebe un litro de cerveza después de atravesar el desierto. En la
mezquita nos encontramos con un muro precioso de color mostaza, miro
en el fotómetro, no hay luz, saco el objetivo de 50, pienso que
tengo que buscar a alguien, mujer, anciano, no sé, alguien que pueda
enmarcar en ese arco color mostaza recién descubierto, alzo los ojos
y encuentro que estamos rodeados por un buen número de personas;
echo un vistazo rápido y me dirijo al padre de familia de un grupo
que nos observa, le pido permiso; sí claro, contesta. Les coloco
ligeramente a la derecha del arco, foto de carnet de libro de familia
numerosa; precioso.
Y
el día todavía dio para más: la mezquita, la noche, la tibieza de
la temperatura, los rezos, el almuecín. Cuando vamos a salir nos
aborda un hombre barbudo de aspecto culto con un maletín en la mano.
Hablamos, es profesor de lengua y literatura en urdu, habla con
fervor de Córdoba, podríamos haber recorrido ocho siglos de ese
regalo que fue para España la "conquista" árabe. Se forma
un grupo numeroso a nuestro alrededor, interrumpimos el paso, nos
llevan a un lado. Nos sentimos vivir en un país privilegiado
hablando con este hombre. Nos regala un Corán en inglés.
Intercambiamos direcciones, nos despedimos.
Lahore, 12 de octubre
Soñé
una buena parte de la noche con el colegio, éste era un imponente
edifico de bóveda a medio punto. Había alguna gente conocida, pero
poca, se movían y hablaban de manera irreal, como si mi mundo y el
suyo fueran dos planos, dos realidades diferentes. Me sentía muy
lejos de todo aquello, había un penoso rechazo en el ambiente.
Cuando me desperté mi posición era perfectamente higiénica,
estirado, mirando al techo, los brazos a lo largo del cuerpo; tardé
un poco en darme cuenta de dónde estaba, después vino la sensación
de una distancia insuperable entre la línea del sueño y esta
realidad de claxons y movimiento de Lahore por la mañana.
También
despertó Berta. Ponemos lentamente nuestros cuerpos en movimiento.
Seguimos sin agua. La luz entra por una ventana lateral que roza el
techo, cae de plano sobre el blanco de las sábanas haciendo del
resto un claroscuro destartalado y triste. Las hormigas, diminutas,
se pasean interminablemente por todo el piso de la habitación. La
camisa nueva que me compré ayer cuelga de un clavo de la pared.
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