Varanasi, 05 de octubre
Guardamos los pasaportes, nos damos media vuelta, ahora la puerta está obstruida por una inmensa vaca blanquinegra. Venga maja, anda, quítate y déjanos pasar a la India. Al otro lado de la vaca y de un charco no menos pequeño que los anteriores está India esperándonos con los brazos abiertos. Una enorme masa de camiones en tres filas en fondo hacían rugir sus motores como intentando asustar a sus vecinos, acelerando estrepitosamente para ganar un centímetro en su carrera hacia la línea fronteriza.
Y algunas horas más tarde,
esperando en Goralpul a ver en qué termina una tomadura de pelo... Un individuo
de esos que parecen conocerte de toda la vida, que sí que ahora mismo están los
billetes (los billetes los habíamos pagado previamente en Nepal). El tren sale
a las 10:10, son menos cinco y no dice nada, no problem; no hay para las diez
pero dice que habrá para las 11. En nuestro horario de trenes no existe un tren
a las once. Y esperamos. El tipo se hace el simpático y raja, aquí, junto a
nosotros con aire inocente. Termino por cansarme y me voy a la estación a comprobar
si hay tren. Sí hay tren, y además las taquillas están vacías. Vuelvo y le digo
al tipo, ahora ya no tan amigos, que donde coño están los billetes, que están
por venir, dice, le digo que la taquilla esta vacía con cara ya de pocos
amigos; me lleva al despacho con mucho secreto. Lo de siempre, los billetes
están ahí desde hace seis horas, quiere cien rupias más. Lo mando a la mierda.
Se precipita a cerrar la puerta del despacho para que no nos oigan. Joder que
jeta.
Llegamos a Varanasi por la
mañana. Allí dos tíos nos siguen a todos los lados, incluso a cagar; después de
media hora (sacamos los billetes para Agra), nos dicen que nos llevan por 30
rupias al hotel (uno que nos había indicado Lucía), después ya de camino, dicen
que está lleno (no saben donde está pero está lleno). No importa, que nos
lleven allí, decimos (son tres). Al rato paran, subimos una cuesta, no es el
hotel, el dice que sí, nuestra tarjeta la han perdido, les amenazo con la poli,
que soy más cabeza dura que ellos, les digo; volvemos a subimos a subir al
rickshaw, ya estamos en el hotel, dicen (no es el nuestro). Incansable esta
gente, cogemos los macutos y nos vamos sin pagarles. Doscientos metros mas
adelante nos para un chico y nos dice que si queremos habitación en el hotel y
nombra el que buscamos. ¡Será casualidad! ¡Mierda, casualidad! Andamos unos
metros y, date, allá tenemos otra vez a los tres mosqueteros, medio escondidos
entre la gente. Dudamos ya si no estarán planeando algo. Me enfrento con ellos
y les digo que vamos ya mismo a por un poli: ¡la hostia esta gente!
Y mientras tanto en el autobús
se va haciendo de noche con unas nubes preciosas que me recuerdan un atardecer
en las hoces del río Duratón, y la mierda que veo y la miseria, toda ella
alumbrada con candiles y velas, me pone de mala leche. Inevitablemente India ha
vivido un medio siglo de políticos ineptos, de chorizos, de gorronería alimentada
directa o indirectamente desde el poder (27 % del presupuesto nacional para los
juguetes de la guerra, incluida la bomba atómica, 3'9% para educación: 50% de la población
analfabeta ); mientras miro pasar este paisaje deprimente ante mis ojos, veo
con cierta claridad las raíces de esta persistente división social en castas,
es parte del juego que se ha ejercido siempre de los listillos sobre los menos
listos, sobre los deprimidos, sobre los ignorantes e infelices (bienaventurados
los mansos porque de ellos serán los cielos...así siempre).
Hoy, ya, en Varanasi, de
vuelta de un largo paseo por las callejas tintadas con los colores decadentes
de la Venecia mas húmeda (preciosas imágenes, colores, musgos, desconchones,
rostros, amarillos tostados, rojos tabaco, gamas de ocres creados por el viento
y la lluvia) veo derrumbarse definitivamente esa alegoría místico romántica que
viví desde lejos y que me dejó la impronta de mi primer viaje a este país; hoy,
esencialmente, como ese chiquillo con careta que se nos apareció delante de la
cámara cuando estábamos tomando una foto, la India ha terminado por quitarse
esa careta que se vende en occidente envuelta en yoga y prácticas y
pensamientos místicos.
Los indios están orgullosos de su bomba atómica, Ghandi murió hace medio siglo, por sus calles circulan charlatanes y mafiosos a montones, los pobres se consuelan, como en todos los paises, desde el noroeste de Brasil hasta las inmundas calles de los arrabales de Bombay, con lo único que les queda a su alcance, escapar de la sucesión de las reencarnaciones o subir al cielo donde podrán comer milhojas y fresas con nata mientras los angelitos hacen pipí sobre el resto de los humanos. En la cúspide de toda esta gente están los aprovechados de siempre, llevando el compás de la música que mas les conviene. Imposible volver a la inocencia de mi primera visión: chorizos, marrulleros, cabrones de todo color. No hay derecho a que este país se hunda, lo hundan de esta manera.
Los indios están orgullosos de su bomba atómica, Ghandi murió hace medio siglo, por sus calles circulan charlatanes y mafiosos a montones, los pobres se consuelan, como en todos los paises, desde el noroeste de Brasil hasta las inmundas calles de los arrabales de Bombay, con lo único que les queda a su alcance, escapar de la sucesión de las reencarnaciones o subir al cielo donde podrán comer milhojas y fresas con nata mientras los angelitos hacen pipí sobre el resto de los humanos. En la cúspide de toda esta gente están los aprovechados de siempre, llevando el compás de la música que mas les conviene. Imposible volver a la inocencia de mi primera visión: chorizos, marrulleros, cabrones de todo color. No hay derecho a que este país se hunda, lo hundan de esta manera.
Agra, 07 de octubre
El río Ganges es una bella
lámina de grises, pero está tomado por los turistas, la corriente obligaba a
las barcas a ceñirse a la orilla hasta el punto de pasar entre la multitud que
hacia sus abluciones matinales; turistas y peregrinos compiten por el mismo
espacio junto a las gradas. Las cremaciones también se han organizado para
sacar dinero, contarte los usos y rituales junto al cadáver en llamas también
tiene su precio. Visto el tema desde la intimidad de una familia la exhibición
debe poner un poco la carne de gallina. En las calles, siempre un espectáculo,
nada cambió en estos años junto al Gold Temple, también gold sustituyo a god, o
mejor, viven en una curiosa mezcla de fanatismo y lucro. Podrá llegar el día en
que los turistas de los Ghats superen a los habitantes de aquellos
barrios.
Vuelvo a la pregunta que me persigue desde hace casi un mes: ¿qué es esto, qué es India? ¿Por qué durante tantos años ejerció sobre mí una atracción tan fuerte? Sigo algún razonamiento de Weber: ¿Qué es un carruaje? No, un carro no son las ruedas, tampoco es la suma de todos sus elementos obviamente, ¿qué es entonces lo que produce la unidad? Parece que sólo en virtud de la unidad de sentido de todas las piezas individuales experimentamos el conjunto como un carruaje. Hay una inacabable multiplicidad de aspectos, muchos de ellos contradictorios, que hacen difícil, muy difícil, experimentar este conjunto de aspectos de India de una manera congruente y global, las piezas del puzzle no terminan de encajar. Ya no sabemos donde tenemos que ir de peregrinación, se acabaron las piezas de repuesto para nuestro consolidado ateísmo.
Vuelvo a la pregunta que me persigue desde hace casi un mes: ¿qué es esto, qué es India? ¿Por qué durante tantos años ejerció sobre mí una atracción tan fuerte? Sigo algún razonamiento de Weber: ¿Qué es un carruaje? No, un carro no son las ruedas, tampoco es la suma de todos sus elementos obviamente, ¿qué es entonces lo que produce la unidad? Parece que sólo en virtud de la unidad de sentido de todas las piezas individuales experimentamos el conjunto como un carruaje. Hay una inacabable multiplicidad de aspectos, muchos de ellos contradictorios, que hacen difícil, muy difícil, experimentar este conjunto de aspectos de India de una manera congruente y global, las piezas del puzzle no terminan de encajar. Ya no sabemos donde tenemos que ir de peregrinación, se acabaron las piezas de repuesto para nuestro consolidado ateísmo.
Fatehpur Sikri, 8 de octubre
Ya huelo a vinagre, señal inequívoca de que mi tiempo de visitas
turísticas ha concluido, el sudor rezuma por todos poros de mi piel. Me refugio
a la sombra de unas columnatas de arenisca roja que me recuerda lejanamente el
Templo de Hatshepsut, en Egipto. La luz suave de la mañana se ha hecho dura y
neta. Esta miniciudad de Akbar es como un capricho abandonado pocos días
después de Reyes. El patio y los corredores de la mezquita son hermosos, la
sucesión de arcos, la luz disminuyendo hacia los rincones y creando formas
ambiguas y sugierentes.
Espero sentado, el cielo es plano, cae una luz cruda sobre las losas.
Periquitos y buitres amenizan el cielo del patio.
Agra, 08 de octubre
Hoy estuvimos en Fatehpur
Sikri, un capricho arquitectónico del emperador mogol Akbar, bellísimo, a los
veinte años se cansó del juguete y lo abandonó; ahí quedo en la cima de una
colina como muestra impecable del arte árabe-hindú. El resto del día lo pasamos
"recogidos" bajo el ventilador, Berta leyendo, y yo intentando leer y
dormitando. Ahora ya estamos casi con un pie en Pakistán y otro en Irán. Hemos
decido dejar Cachemira para otra ocasión. Así que mañana estaremos un rato en
Delhi y por la noche llegaremos a Amritsar y pasado mañana, después de darnos
una vuelta cruzaremos la frontera.
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