Varanasi, la plenitud de los colores

 

Varanasi,   05 de octubre 





  
VARANASI, LA PLENITUD DE  LOS COLORES.  Crónica del mundo de aquí: Un puro charco no más. Los camiones ocupan el ancho de la "calzada" pero están todos en el mismo sentido (?), bueno, alguno intenta pasar subiéndose a un talud, le chilla a uno de un puesto para que retire el chiringuito. Viandantes de todos los colores transitan bajo un arco que dice Welcome to Nepal. Como achuchan los camiones por detrás intento pasar por un lateral; después de cien metros de equilibrios, no hay tu tía, o me descalzo, o busco una barca, o me doy la vuelta: me doy la vuelta, mi novia desde el otro lado se ríe de mí, me meto en el follón, un macuto delante, otro atrás, y las manos agarrando las perneras de los pantalones para salvarlas del barro. Pasamos el control policial nepalí, cincuenta metros mas allá los camiones vuelve a ocupar TODA la calzada (tres filas ) pero ahora en sentido opuesto (?); estamos en tierra de nadie, el mismo charco achocolatado ocupa a ratos el ancho de la calle, ahora animadísima con todo tipo de tiendas y chiringuitos (lo mas parecido es el Rastro un domingo por la mañana), sorteamos entre los camiones y puestos buscando la aduana india; entre carteles de coca cola, agencias de viaje, localizamos una pequeña oficina a la derecha que dice customs, nos separamos de la corriente de gente que sigue adelante y nos acercamos al puesto de aduanas. Primera instantánea, tres uniformados leyendo la sección de deportes de un periódico; apenas mueven la vista para decirnos que ... ¡por ahí dentro!; siguen con su periódico. Entramos a la derecha, consejo de ministros: unos doce, como en España más o menos; presidente: una señora en la esquina derecha (¡pena de cámara!) parece levantarse de un gran sueño, hace gestos lentos y desmesurados que más o menos dicen: ¡y a mi que! ¡déjenme en paz!; por ahí, y señala vagamente con el brazo derecho hacia dentro del consejo (en el segundo brazo tiene apoyada la cabeza, que parece pesarle mucho, mucho). Nos atiende el ministro sin cartera, algún otro emite un hello distraído, aquél levanta la cabeza, da un respingo de barbilla, un perezoso "qué hay". Algún otro que dormitaba apaciblemente sobre la mesa del tutiplén ministerial aduanero levanta hombro y brazo (debajo le cuelga el antebrazo sin energía suficiente para elevarse por encima del plano de la mesa) y en el extremo los dedos logran hacer un gesto indicativo de nada, hombre, nada, dejarnos en paz, que sí, que podéis pasar.











Guardamos los pasaportes, nos damos media vuelta, ahora la puerta está obstruida por una inmensa vaca blanquinegra. Venga maja, anda, quítate y déjanos pasar a la India. Al otro lado de la vaca y de un charco no menos pequeño que los anteriores está India esperándonos con los brazos abiertos. Una enorme masa de camiones en tres filas en fondo hacían rugir sus motores como intentando asustar a sus vecinos, acelerando estrepitosamente para ganar un centímetro en su carrera hacia la línea fronteriza. 









Y algunas horas más tarde, esperando en Goralpul a ver en qué termina una tomadura de pelo... Un individuo de esos que parecen conocerte de toda la vida, que sí que ahora mismo están los billetes (los billetes los habíamos pagado previamente en Nepal). El tren sale a las 10:10, son menos cinco y no dice nada, no problem; no hay para las diez pero dice que habrá para las 11. En nuestro horario de trenes no existe un tren a las once. Y esperamos. El tipo se hace el simpático y raja, aquí, junto a nosotros con aire inocente. Termino por cansarme y me voy a la estación a comprobar si hay tren. Sí hay tren, y además las taquillas están vacías. Vuelvo y le digo al tipo, ahora ya no tan amigos, que donde coño están los billetes, que están por venir, dice, le digo que la taquilla esta vacía con cara ya de pocos amigos; me lleva al despacho con mucho secreto. Lo de siempre, los billetes están ahí desde hace seis horas, quiere cien rupias más. Lo mando a la mierda. Se precipita a cerrar la puerta del despacho para que no nos oigan. Joder que jeta.








Llegamos a Varanasi por la mañana. Allí dos tíos nos siguen a todos los lados, incluso a cagar; después de media hora (sacamos los billetes para Agra), nos dicen que nos llevan por 30 rupias al hotel (uno que nos había indicado Lucía), después ya de camino, dicen que está lleno (no saben donde está pero está lleno). No importa, que nos lleven allí, decimos (son tres). Al rato paran, subimos una cuesta, no es el hotel, el dice que sí, nuestra tarjeta la han perdido, les amenazo con la poli, que soy más cabeza dura que ellos, les digo; volvemos a subimos a subir al rickshaw, ya estamos en el hotel, dicen (no es el nuestro). Incansable esta gente, cogemos los macutos y nos vamos sin pagarles. Doscientos metros mas adelante nos para un chico y nos dice que si queremos habitación en el hotel y nombra el que buscamos. ¡Será casualidad! ¡Mierda, casualidad! Andamos unos metros y, date, allá tenemos otra vez a los tres mosqueteros, medio escondidos entre la gente. Dudamos ya si no estarán planeando algo. Me enfrento con ellos y les digo que vamos ya mismo a por un poli: ¡la hostia esta gente!






Y mientras tanto en el autobús se va haciendo de noche con unas nubes preciosas que me recuerdan un atardecer en las hoces del río Duratón, y la mierda que veo y la miseria, toda ella alumbrada con candiles y velas, me pone de mala leche. Inevitablemente India ha vivido un medio siglo de políticos ineptos, de chorizos, de gorronería alimentada directa o indirectamente desde el poder (27 % del presupuesto nacional para los juguetes de la guerra, incluida la bomba atómica, 3'9% para educación: 50% de la población analfabeta ); mientras miro pasar este paisaje deprimente ante mis ojos, veo con cierta claridad las raíces de esta persistente división social en castas, es parte del juego que se ha ejercido siempre de los listillos sobre los menos listos, sobre los deprimidos, sobre los ignorantes e infelices (bienaventurados los mansos porque de ellos serán los cielos...así siempre).







Hoy, ya, en Varanasi, de vuelta de un largo paseo por las callejas tintadas con los colores decadentes de la Venecia mas húmeda (preciosas imágenes, colores, musgos, desconchones, rostros, amarillos tostados, rojos tabaco, gamas de ocres creados por el viento y la lluvia) veo derrumbarse definitivamente esa alegoría místico romántica que viví desde lejos y que me dejó la impronta de mi primer viaje a este país; hoy, esencialmente, como ese chiquillo con careta que se nos apareció delante de la cámara cuando estábamos tomando una foto, la India ha terminado por quitarse esa careta que se vende en occidente envuelta en yoga y prácticas y pensamientos místicos. 






Los indios están orgullosos de su bomba atómica, Ghandi murió hace medio siglo, por sus calles circulan charlatanes y mafiosos a montones, los pobres se consuelan, como en todos los paises, desde el noroeste de Brasil hasta las inmundas calles de los arrabales de Bombay, con lo único que les queda a su alcance, escapar de la sucesión de las reencarnaciones o subir al cielo donde podrán comer milhojas y fresas con nata mientras los angelitos hacen pipí sobre el resto de los humanos. En la cúspide de toda esta gente están los aprovechados de siempre, llevando el compás de la música que mas les conviene. Imposible volver a la inocencia de mi primera visión: chorizos, marrulleros, cabrones de todo color. No hay derecho a que este país se hunda, lo hundan de esta manera.



Agra,   07 de octubre 



 Entre Varanasi y Agra: Los paseos de ayer y hoy fueron una fiesta fotográfica de colores y texturas. Me gusta, paso sobre estas calles buscando ciertas composiciones y colores, pero mi animo esta lejos. No tengo ningún deseo de mezclarme en los sentimientos, en la comprensión de estos fenómenos que hoy me parecen hechos con una gran dosis de superchería e ignorancia. No me interesan estos rituales donde se mezclan los aspectos sanguinolentos de los altares, las flores, una ignorancia innombrable. Hay un rastro de carnaval en este Benarés de hoy, tan diferentemente percibido quince años atrás. Las cremaciones también pasaron al plano de lo apreciado como normal y cotidiano (los turistas invadieron todo, todo, también la intimidad de los familiares junto a la pira: temporada alta aún). Está lejos ya el impacto que este escenario causó en mí. Quizás también yo he cambiado mientras tanto, he vivido algo más, y ahora la muerte y sus ritos me son más cercanos y por tanto más indiferentes, más cotidianos. La piel se me hizo más dura en el camino. Pero sobre este paisaje que cruzo de puntillas, la gente esta ahí, son objetos para mi cámara -color, gracia, belleza-, pero no quiero nada con aquella, casi nada, rehuyo su contacto. 


El río Ganges es una bella lámina de grises, pero está tomado por los turistas, la corriente obligaba a las barcas a ceñirse a la orilla hasta el punto de pasar entre la multitud que hacia sus abluciones matinales; turistas y peregrinos compiten por el mismo espacio junto a las gradas. Las cremaciones también se han organizado para sacar dinero, contarte los usos y rituales junto al cadáver en llamas también tiene su precio. Visto el tema desde la intimidad de una familia la exhibición debe poner un poco la carne de gallina. En las calles, siempre un espectáculo, nada cambió en estos años junto al Gold Temple, también gold sustituyo a god, o mejor, viven en una curiosa mezcla de fanatismo y lucro. Podrá llegar el día en que los turistas de los Ghats superen a los habitantes de aquellos barrios. 



Vuelvo a la pregunta que me persigue desde hace casi un mes: ¿qué es esto, qué es India? ¿Por qué durante tantos años ejerció sobre mí una atracción tan fuerte? Sigo algún razonamiento de Weber: ¿Qué es un carruaje? No, un carro no son las ruedas, tampoco es la suma de todos sus elementos obviamente, ¿qué es entonces lo que produce la unidad? Parece que sólo en virtud de la unidad de sentido de todas las piezas individuales experimentamos el conjunto como un carruaje. Hay una inacabable multiplicidad de aspectos, muchos de ellos contradictorios, que hacen difícil, muy difícil, experimentar este conjunto de aspectos de India de una manera congruente y global, las piezas del puzzle no terminan de encajar. Ya no sabemos donde tenemos que ir de peregrinación, se acabaron las piezas de repuesto para nuestro consolidado ateísmo.

 

Fatehpur Sikri,   8 de octubre


Ya huelo a vinagre, señal inequívoca de que mi tiempo de visitas turísticas ha concluido, el sudor rezuma por todos poros de mi piel. Me refugio a la sombra de unas columnatas de arenisca roja que me recuerda lejanamente el Templo de Hatshepsut, en Egipto. La luz suave de la mañana se ha hecho dura y neta. Esta miniciudad de Akbar es como un capricho abandonado pocos días después de Reyes. El patio y los corredores de la mezquita son hermosos, la sucesión de arcos, la luz disminuyendo hacia los rincones y creando formas ambiguas y sugierentes.
Espero sentado, el cielo es plano, cae una luz cruda sobre las losas. Periquitos y buitres amenizan el cielo del patio.



Agra,   08 de octubre 


Hoy estuvimos en Fatehpur Sikri, un capricho arquitectónico del emperador mogol Akbar, bellísimo, a los veinte años se cansó del juguete y lo abandonó; ahí quedo en la cima de una colina como muestra impecable del arte árabe-hindú. El resto del día lo pasamos "recogidos" bajo el ventilador, Berta leyendo, y yo intentando leer y dormitando. Ahora ya estamos casi con un pie en Pakistán y otro en Irán. Hemos decido dejar Cachemira para otra ocasión. Así que mañana estaremos un rato en Delhi y por la noche llegaremos a Amritsar y pasado mañana, después de darnos una vuelta cruzaremos la frontera. 





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