Pokhara (aeropuerto), 25 de septiembre
Esperamos
la partida del avión, una cosa pequeña aparcada ahí delante de nosotros. Días
de sueño acumulados. Pokhara va a ser nuestro lugar de descanso después del trekking,
será ya otra etapa de este viaje que empieza a bajar la cuesta final.
Estoy
nervioso, empecé ayer a notarlo; la niebla campea a pocos metros sobre la pista
de aterrizaje, un trío de ancianos nepalíes conversan a voces a nuestro lado.
Probablemente echo de menos ratos de recogimiento desde hace muchos días;
también me afecta esta nueva sensación de dinero disparado en este proyecto de
sobrevolar el Himalaya; no me deja tranquilo esta gente con la que tengo que
convivir: hoteleros, porteadores, interneteros, etc. La sensación de privacidad
ha desaparecido desde hace ya un buen pedazo. Es difícil moverse realmente sin
toda esa clase de gente alrededor y en una situación de inestabilidad mi cuerpo
acusa mucho más esta presencia.
La
presencia de esta inseguridad, nerviosismo... Tema constante periódicamente.
Una vez más dejar pasar quizás sea lo más indicado. Recordar que hay un tufillo
de dinero, creo, hoy en mi situación; huele a gasto excedido. Y así a las
puertas de volar sobre los Annapurnas casi estoy lejos de estas montañas en
esta mañana atravesada de niebla.
Larjung
Deshacemos
el camino del avión valle abajo. El trayecto aéreo fue excesivamente corto.
Partimos con niebla, dio un giro aquella cosa endeble y nos metimos entre las nubes.
Fue bonito salir de ellas y encontrarse con las montañas blancas, enormes sobre
un cielo azul intenso. El Daulagiri lucía espléndido sobre el mar de nubes.
Hoy
caminaremos durante cinco horas.
Dana, 26 de septiembre
Ni
tiempo ni ganas para escribir, todo puro cansancio. Ayer casi nos llevó el río;
hoy llovió parte del día, estaba todo muy bonito, un largo desfiladero, varios
puentes colgantes, algunas aldeas pulcrísimas, la niebla decorando las laderas,
una gran cascada, algunas fotos simpáticas de críos. Una jornada agradable y
tranquila en definitiva, quizás un poco larga, preferiría parar antes.
Debería
escribir algo sobre Niman, nuestro joven porteador, pero no tengo mucho ánimo.
Hace mucho que no caminamos así, de ahí el cansancio que se nos echa encima al
final del día.
Sikha, 27 de septiembre
Seguimos
caminando: tercer día. Jornada asturiana, niebla, chirimiri, el último tramo
ochocientos metros de subida.
Vuelvo
a recordar por el camino unas pocas canciones de los coros alpinos italianos,
un tema más que me acerca a los Alpes. ¿Por qué no ir más a los Alpes, a las
Dolomitas? Ese deseo súbito que me nació en algún lugar del sur de Bolivia a la
vista de una fotografía que colgaba en uno de los corredores de un hotel de
Sucre, creo. Llego hasta la palabra Dolomitas y me agarro a ella como si fuera
el principio de un incipiente deseo que tuviera ante sí poco que recorrer para
convertirse en proyecto deseado e inminente en torno a estos músculos eufóricos
de trabajo al final del día de hoy.
Ghorepani, 28 de septiembre
La
jornada de hoy apenas llegó a las cuatro horas. En la última se pasa por un bosque
magnífico, en los troncos crecen líquenes con una extensa gama de ocres y
verdes, helechos enanos, setas... La niebla permanece. Si mañana de madrugada
no levanta probablemente terminemos en una jornada el trekking.
Sería
maravilloso encontrar una historia (empecé hoy El dios de las pequeñas cosas); mirar y crear una historia como
quien se asoma a un patio y va entrando puerta tras puerta para encontrar el
cuento y los pensamientos de sus habitantes. Como vivir dos veces, dos intensidades
diferentes, un puñado de circunstancias ajenas capaces de ponerse en pie frente
al pasmo de un observador-escritor que pueda ir abriendo aquello que ve, para
en su contacto ser alumbrado por lo nuevo.
Tikedungha, 29 de septiembre
Noche
de aguaceros, por la mañana llueve, la niebla está un poco más arriba de los
tejados. A las seis decidimos subir al Poon Hill. Encontramos un puñado de españoles
en la cumbre. El Daulagiri termina abriéndose entre las nubes, el Annapurna se
hace hueco en un agujero de claridad. Bajamos mil quinientos metros de
desnivel, es un camino bonito, húmedo, lleno de altos rododendros gruesos como
árboles; pasamos algunas cascadas. En el último tramo el camino se precipita
por una larga escalinata de piedra.
El vicio de subrayar, subrayar frecuentemente lo obvio, como si subrayando me dijera a mí mismo: "fíjate, eso mismo vengo pensándolo yo hace días"; ya somos dos los que pensamos lo mismo". Leo y me reafirmo en propias apreciaciones, en los descubrimientos que hago sobre la marcha. Y necesito hablar con el libro y lo hago subrayando, cojo el boli y le digo al libro, mientras trazo líneas bajo las palabras, o hago trazos verticales junto al margen: eso, eso es, algo así como cuando dos interlocutores encuentran en la expresión de un mismo punto de vista particular un placer que lo es en tanto que hay una comunión, el reconocimiento de esa coincidencia y el baño común en las aguas de la misma idea.
Pokhara,
3 de octubre
Mañana lluviosa, mañana de leer en la cama acunado por el agua. Un
poco en blanco, un tanto perezoso para entrar de nuevo en el trajín del viaje.
Me sorprendió a veces la lectura de Arundhati Roy, el modo de manejar
los contrastes de la India rural en relación con los superventas de los medios
de comunicación, la cultura del cine, la mezcla de una película esperada con
eso que sucede en torno. En el fondo termina cansándome; el juego de los
despropósitos, las comparaciones reiterativas... Tiene el indudable valor de
informar y decirnos cosas de una región del mundo, observaciones desde una
progresía informada, pero se vive con frecuencia la impresión de una
"sobreactuación" por parte de casi todos los personajes. Todos son
agudos y despiertos. Los personajes vienen como teñidos, ya de entrada,
subjetivizados, a veces convertidos en muñecos o estereotipos, por la escritura
de la Roy. Se ve y se escucha a la autora con demasiada frecuencia.
Los gestos, los planos del cine que se incorporan a la cultura común
con la fuerza de una imagen mítica que se espera una y otra vez con cierta
conmoción. No tengo esos planos, no los poseo, están por ahí al alcance de
todos y yo me refugié lejos de ellos. Mi cultura era otra, no me atrajo, no les
di valor... y ahora, cuando abro una novela y encuentro una escena, cuando leo
un correo de Guille con la inquietante mirada de Orson Welles, siento algo
similar a lo que encontraría en una persona que no hubiera leído los libros más
básicos o que no conociera los músicos más relevantes.
Pokhara,
03 de octubre
Carta a casa: Esperamos el segundo plato
de la cena desde hace media hora... ya casi ni me acuerdo de a que sabía el tomato soup de entrada. Llueve, los
últimos coletazos del diluvio de la tarde. Tuvimos que coger un taxi, el agua
subía mas arriba de la puerta; diver, no más, ir con los pies encogidos en el
taxi para no mojarte los tachines. Bromeo con el taxista, le digo que mejor se
compre una canoa y el tío se ríe mientras busca entre el agua el pedal del
embrague. Decía que ya casi no llueve ya, pero lo compensa el torrente de palabras
de vuestra hermana que está contenta, pasa de un tema a otro sin parar, solo le
queda hablar de Jauralde. Me temo que me falta el portátil, no estoy
reconciliado del todo con el boli; no sé qué es pero tengo la impresión de
jugáis con ventaja, una manera de decir que me rindo ante esa prosa que nos
llega de lejos; en cualquier manera echo de menos el contacto tranquilo y suave
de las teclas. Hoy despedimos emocionados a nuestro porteador, Ngima; 20 años,
aspirante a guía, estudiante de inglés en los ratos libres, ha llevado la casi
totalidad de nuestras pertenencias durante una semana, hemos terminado
cogiéndole cariño. No se quedó con mi nombre, pero eligió llamarme papa, papa
esto, papa lo otro; y a mamá, mami, por supuesto. Se ha hecho querer de puro
alegre y servicial; también era cabezota, terco como una mula a veces. Se fue.
Ahora, no entre canelones, pero si entre la sopa de las siete y media y los
postres de las nueve (no podéis imaginar lo lenta que es esta gente para traer
cualquier cosa que les pidas) trato de recuperar algo de estos días para
vosotros. Sobre todo esta experiencia de estar recobrando sensaciones que
parecían estar algo perdidas en el pasado. El gusto de caminar, el esfuerzo de
la subida hecho placer, retorno a ese andar montañas que comenzó hace tantos
años; hoy esto tiene el mismo sabor de las excursiones de los Alpes, de los
Pirineos de entonces. Es curioso que haya constantes en la vida de uno tan persistentes;
es posible olvidar estas cosas temporalmente, pero vuelven, vuelven. Si la vida
fuera un contenedor y hubiera que hacer balance del continente constante,
porque obviamente no todo dura, en éste estarían siempre las. Me gusta pensar
que esto pueda ser así, me da salud y optimismo encontrarme con mi sudor y mis
músculos, que en estos paisajes ya parecen en trance de ganarse el gusto de
vivir. También el ambiente, las laderas perdidas en las cercanías del Annapurna
y Daulagiri; un paisaje agreste y salvaje de un verde brillante allá donde los
campesinos pusieron la mano (a veces las terrazas cultivadas se pierden en la
niebla cientos de metros por encima del río.
El río, en el fondo, es un
espectáculo violento y estruendoso; tiene un tono gris plateado; los puentes
cuelgan como una cosa liviana sobre la corriente aparatosa. El río semeja un
ser viviente, su presencia es movimiento, temor, cierto vértigo, forma
cambiante, lo miro con recelo desde esa delgada cinta del camino que lo
acompaña corriente abajo. Se anda bien por estas montañas, son cómodas; si hay
niebla y llueve componen un magnífico valle asturiano; si despeja es un
anfiteatro de glaciares, un robusto manojo de ocho miles rodeados de una
esplendorosa historia. Es casi imposible no recordar la primera expedición al
Annapurna del equipo de Maurice Herzog.
Ahora nos prometemos dos
días de total descanso. Pokhara, 200-300 km . al oeste de Kathmandu, un lago junto al
hotel y quizás una vista espléndida sobre el Himalaya si algún día de estos se
le ocurre despejar. El tres por la mañana Quique y Lucia cogen un autobús para
Delhi mientras que nosotros nos dirigiremos a Varanasi, de camino a Cachemira
(pasando por Agra y Delhi).
...
La necesidad compulsiva de escribiros. Hoy nos levantamos temprano y nos fuimos a recomponer vuestros correos mutilados de ayer tarde. Lo imprimimos y nos fuimos al lago, alquilamos una barca y buscamos la sombra de la otra orilla para leer tranquilamente vuestras cartas, los fragmentos de ayer más otro de Guille, uno más de Mario y un último de Alberto que quedó colgado a la espera de que encontráramos un Word. Tengo que decir que no termino de ajustarme bien conmigo mismo, mis percepciones pasadas y recientes están reñidas en un grado que parece ser mayor del que yo presuponía. Debo seguir sometiéndome a un proceso de adaptación intensivo para estar a la altura de las circunstancias. Hablo de la percepción mía de vosotros, ahora un eslabón más de esa otra percepción en trance de adaptación siempre desde que, creo, me parió mi madre. Ésta que me llama hoy viene de vosotros principalmente y en menor grado de las complejas realidades por las que viajamos. Me pregunto en qué consiste y trato de contestarla. Hemos vivido tantos años juntos, uno conoce, sabe, es consciente de cierta limitación para comprender a los otros (en la misma manera que uno mismo puede convertirse para uno mismo en uno de esos paisajes neblinosos matinales de que habla Guille), pero tira adelante con ello; de vez en cuando notaba que os hacíais mayores y entonces me paraba y me decía: ¡cuidado...! y tenía que darle al remo de la derecha o izquierda para corregir mi orientación. Había necesariamente durante todo este tiempo del que hablo una relación padre-hijos que no podía desprenderse de mi convicción asistencial, vigilante en cada momento de lo que entendíamos debía ser el rumbo de lo concerniente a nuestra familia. Hoy las cosas cambiaron definitivamente, no es la formalidad ni la broma que propalamos de nuestra ganada autonomía, ni siquiera que dé por sentado una casi precipitada madurez (hablo ahora del último y penúltima de la fila), es encontrarse con que la vida (vosotros) marcha, diría, espléndida, delante de nosotros. Y es eso lo que miro a veces sorprendido. Como tantas el tiempo vuela, cada vez más rápido; y ahora, junto a las inquietudes corrientes que se arremolinan en los comienzos de esta mi nueva década, descubro un filón insospechado ¾no insospechado, precipitado mejor¾ , venido como una tormenta intuida sobre mí. El círculo de mis relaciones, de mis expectativas se va cerrando con una línea mágica en torno a mi familia, al abrigo de vuestras cartas. No exagero en absoluto, estoy aprendiendo a conoceros mucho a través de los correos. Hoy son las dos menos cuarto de la tarde ya, tengo la sensación de que podría pasarme días enteros en este ejercicio de leer vuestros mensajes y contestaros.
Salimos del hotel a las
nueve y todavía rondamos las cartas. En pura lógica después de comer tendría
que ir a pasar esto al ordenador y mandároslo. Pero en el caso de que hubiera
contestación tendría que responder y así se me juntaría con la cena.
Probablemente me acostaría pensando si acaso por la mañana encontraríamos algo
en el buzón, quizás de Delhi, quizás de El Chorrillo, quizás de Cork. Bueno,
esto es nuevo, mi gran descubrimiento de vosotros. Me pregunto si quiero estar
ya allí, en Cork, en El Chorrillo, y me fuero interno dice que no, que hoy por
hoy prefiero el sabor de vuestras cartas. Me paro, exploro vuestros mensajes y
me sorprende el panorama; me divierto en alguno de sus paisajes; me como el
coco pensando en lo bruto que soy habiendo dejado el jazz y el cine de lado; me
admiro de tanto en tanto; sospecho que si no me espabilo me voy a quedar en la
estacada. Nuevos aires, nuevas expectativas para alimentar esa pequeñez a
conseguir que también vamos encontrando nosotros en nuestros viajes y en los
libros. Dice un personaje de Arundhati Roy, con un cierto tono profesoral,
"todo lo que somos o que podemos llegar a ser no será más que un destello
en los ojos de la Señora Tierra". El placer de la pequeñez se alimenta de
las pequeñas cosas. Besos.
Hemos estado remando en el
lago, las montañas siguen ocultas por las nubes, una duda ya de si la
fotografía que vemos por todas partes con el lago y los picos (un montón de
ochomiles cerrando el paisaje) no será un trucaje. Ahora en el hotel entre how
are you, good morning, o.k., y demás palabrejas foráneas, en ese tono de
viajeros que no se por qué me gusta tan poco, intento llevar adelante esta.
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